Acompañarlos en su camino

6 jul. 2020 - Max Puplett

Apoyar a un familiar con pérdida auditiva

Mi madre siempre ha sido sorda. A medida que fui creciendo, su pérdida auditiva definió nuestra relación, tanto directa como indirectamente. De niño, no entendía por qué otros niños podían hablar con sus padres siempre que lo deseaban y yo tenía que luchar contra el ruido ambiente o repetir varias veces lo que decía solo para que me dijeran que debía tratar de repetirlo después, cuando no hubiese ruido de fondo.

Comencé a notar que cuando hacía una mueca o ponía los ojos en blanco si tenía que repetir lo que había dicho, la hería profundamente.

Un punto de inflexión

Probaba hablando más alto, pero a menudo me metía en problemas por gritar todo el tiempo. Probaba haciendo lo opuesto, gesticulaba con la boca lo máximo posible para que mamá pudiera leerme los labios. Pero esto hacía que fuera más callado que el resto de los niños, e incluso que no hablara durante los viajes en auto o en lugares donde había ruidos intensos, independientemente de que mamá estuviera allí o no, porque ese comportamiento ya estaba arraigado en mí.

Sin embargo, aunque su pérdida auditiva afectaba mi niñez, comencé a darme cuenta de cuánto la hacía sufrir. Comencé a notar que cuando hacía una mueca o ponía los ojos en blanco si tenía que repetir lo que había dicho, la hería profundamente. No era su culpa que no pudiera oírme. Me di cuenta de que si bien la culpa, el enojo y los brotes de rabia no eran importantes para mí en ese momento, le importaban muchísimo a mamá.

Fue mi hermano el primero en sugerir un implante coclear, pero nunca se me ocurrió preguntarme si mi mamá pensaba que la idea era una buena decisión. No tengo idea de cómo es no poder escuchar los pájaros, el susurro de las hojas o el ruido crujiente del papel al abrir una golosina. Entonces, ¿quién soy yo para decir si es o no una buena decisión tratar de oír esos sonidos a los que no les doy importancia? No se trataba de mi vida, sino de la suya. Pero sabía que cualquiera fuese la decisión de mamá, yo la apoyaría.

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No pensaba demasiado en la posible pérdida auditiva en caso de que la operación no fuera exitosa. ¿De qué me servía preocuparme? Esa preocupación no cambiaría las circunstancias ni reconfortaría o relajaría a mi mamá respecto de la decisión que iba a tomar. En cambio, decidí vivir cada día y cada momento tal como se presentaban.

Mi mayor deseo para ella, una vez que se decidiera a recibir un implante coclear, era que fuese feliz y no se avergonzara de su pérdida auditiva. Nadie debe avergonzarse de algo que no puede controlar. Quería que oyera cosas que nunca antes había oído y que disfrutara de esos momentos en los que su cerebro percibiera un sonido nuevo y que ella reconociera cuál era. Esperaba que se sintiera más segura.

Nada cambiaría

Una noche poco después de someterse a la cirugía y a la espera del día de la activación, mi mamá tuvo un ataque de pánico. Acudió a mí, entonces salimos a pasear al perro. Nos deteníamos debajo de cada farola para que pudiera leerme los labios antes de continuar con el paseo y ella seguía hablando hasta la siguiente farola.

Al principio, no creía que lo que hice con ella aquella noche fuera gran cosa. Simplemente era algo que debía hacer para asegurarme de que mamá estuviera bien. Más adelante supe del gran impacto que esto había tenido en ella. Me di cuenta de que nuestra caminata juntos aquella noche le había demostrado que, aunque quedara completamente sorda, podríamos seguir dando paseos y teniendo conversaciones profundas como siempre. Nada cambiaría.

 

Acompañarlos en su camino

El mejor consejo que puedo darle a una persona que tenga un familiar, padre o madre que esté pensando en recibir un implante coclear es que los escuche, aunque suene irónico. Deje sus pensamientos y sentimientos de lado por un momento, escúchelos y escuche cuáles son sus opiniones al respecto. Luego, trate de ponerse en su lugar. Imagine cómo sería no poder oír en absoluto, vivir en un mundo mudo.

Deje sus pensamientos y sentimientos de lado por un momento, escúchelos y escuche cuáles son sus opiniones al respecto. Luego, trate de ponerse en su lugar. Imagine cómo sería no poder oír en absoluto, vivir en un mundo mudo. 

Imagine cómo sería si alguien se le acercara y le dijera que solo ha oído un 30 % de los sonidos que el mundo puede ofrecerle. Si tuviera a su disposición un mundo lleno de sonido y solo tuviera que arriesgarse a perder ese 30 % de audición que ya tenían, ¿se arriesgaría? Quizás, no.

Pero, ¿qué sucedería si siempre hubiese sabido que oía ese 30 %? ¿Qué pasaría si hubiese visto a otras personas disfrutar y reír en ese 70 % de audición que usted no tiene, pero hubiese reído también por temor a ser rechazado o por sentir vergüenza de algo que está totalmente fuera de su control? ¿Aceptaría la oferta, entonces? ¿Vale la pena hacerlo?

Cualquiera sea la decisión que usted y su familia tomen, recuerde que cuando tiene que repetir lo que ha dicho porque un ser querido con pérdida auditiva no ha oído, no es su culpa. No haga que se sientan culpables avergonzándolos. Sea paciente y trate de hacerse entender, aunque sea difícil. Sea compasivo y piense cómo sería la vida para ellos en los momentos en los que no los ve.

Pero por sobre todo, ayúdelos y apóyelos de todas las maneras posibles. No recargue su agenda por ellos, incentívelos y ayúdelos cuando lo necesiten y como lo necesiten. Son ellos quienes deben emprender el camino, pero siempre puede acompañarlos.



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